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Rafael Alonso

 

Alma

 

Miro tras las cortinas, la luz del mediodía en este tiempo estival me hace daño a los ojos pero allí distingo clara a Alma, anda encorvada buscando la sombra de los bloques blancos; camina cansada, encorvada y con la cabeza gacha, su vestido gris que antaño realzaba su figura y la hacía elegante y hermosa está ahora descuidado y deshilachado, la falda muestra el bajo abandonado y de sus mangas cuelgan flecos de tela castigada por el paso de los años.

En su caminar lento siento que la pierdo y rápido salgo de casa tras ella; no me gusta el calor, nunca me ha gustado pero no debo dejar que se marche sola y corro tras ella.


Título: La huída Autor: F.Caballero

- ¡Alma, espera!. La digo ya cerca de ella y se para girando un poco el rostro hacia mi; sus ojos están marcados por la tristeza y tiene en ellos múltiples arrugas de desencanto. Pobre Alma, pienso, ¡que de años aparenta!. Tomo su mano arrugada y seca y me provoca una gran ternura.

- ¿Dónde vas?. La pregunto preocupado.

- No sé, quizá a ningún sitio.

- Pero no puedes dejarme así, sin más; ¡vale, te quieres ir, bien, pero no puedes dejarme así!

- ¿Por qué?, sabes que me gustan las despedidas cortas

- Ya Alma, como no lo voy a saber pero en este caso a mi no, a mi no. Mira, caminemos juntos y hablemos de cualquier cosa, de lo que se nos ocurra, ¿de acuerdo?

- Ya no me quedan demasiadas palabras mi amigo y lo sabes, todas están repetidas hasta la saciedad. Todo ha empezado a repetirse desde hace ya tiempo y por ello me voy, no sé, quizá a ningún sitio.

Sé que está decidida y que se marcha pero también sé que no puedo estar sin ella y sin soltar su mano la digo que si no quiere hablar que recordemos y ella que sabe de mi testarudez esboza una mueca que quiere ser sonrisa y así cogidos de la mano y sin decirnos nada seguimos andando.

Un amplio campo de cebada agostada con un algún olivo olvidado de la mano de los recolectores se extiende ante nosotros y una vía férrea vestida de óxido se pierde en el horizonte, el Sol cae en vertical y gotas de sudor hacen acto de aparición. El silencio que hasta hacía un momento era compañía empieza a ser losa y noto como la presión de su mano en la mía afloja, como queriendo desasirse.

- Alma ¿sabes?.

- ¿Dime?

- Me estoy acordando de Quique, era buena gente y qué gracioso era contando chistes, aún recuerdo lo serio que se ponía para contarlos y lo que reíamos con ellos.

- Si, era buena gente pero ya hace tiempo que nos dejó, se lo llevó la vida en el sueño del alba.

- ¿Te acuerdas de Jesús?, ¡qué mítines nos daba en el parque sobre el Marxismo, era como Rasputín pero en bajito y gordo pero recuerdo que cuando hablaba sus ojos tenían un brillo especial.

- Es cierto, lo hacía para impresionar a aquella chica acomodada que terminó casada con un empleado de banca, si aquella que vivía en las colonias de los militares.

- Si, joder fue un palo para él, después de aquello apenas volvió a aparecer por el parque

- Se hundió en alcohol o es que no te acuerdas, a saber que sería de él.

Estábamos de nuevo empezando a hablar como hacíamos siempre cuando estábamos solos y sin darnos cuenta casi, caminábamos casi saltando por las traviesas de la vía del tren, su mano ahora estaba más en la mía y quizá por el calor ya no parecía tan seca como en un principio, la sentía de nuevo siendo mía; ese calor suyo me iba haciendo olvidar el calor canicular de la media tarde.

- Alma no sé si te has dado cuenta pero estamos yendo por la vía del tren.

- Claro que me he dado cuenta amor me has ido trayendo tu a ella pero no te preocupes por está vía ya pasaron todos los trenes que perdimos, ahora es una vía muerta.

- Quizá no pasó nunca ningún tren Alma, quizá todo fue anuncio de partidas y salidas que nunca se llevaron a cabo.

- Es posible pero era bonito aquello. Me dijo. Entonces estábamos dispuestos a creer muchas cosas; seríamos ciudadanos del mundo y sería honroso trabajar y tendríamos la libertad de escoger según nuestras capacidades y deseos y tantas otras cosas, pero como has dicho quizá todo fuera un espejismo.

- Si Alma si aquello tuvo su encanto y como nos lo creímos corríamos gritando delante de ellos, gritábamos consignas y decíamos tener razones que exponíamos mirando a los ojos. Queríamos que todo cambiase y éramos radicales

- Si amigo eso fue así hasta que a algún "filósofo" se le ocurrió aquello de que a los veinte años se tiene la obligación de ser marxista y que a los cuarenta eso ha tenido que pasar al recuerdo. Nos empezaron a vestir entonces y poco a poco fue apareciendo el tiempo de la domesticación.

- Si Alma, pero con nosotros no han podido, creo.

Ella alegando que empezaban a dolerle los pies se sentó sobre el raíl caliente y me miró más triste aún si cabe que al principio.

- ¡Qué no han podido!, ¿qué somos amigo mío?, ¿Qué no han podido?. Somos una sombra efímera sobre esta vía de tren abandonada, nuestra voz ahora es silencio absoluto en este sembrado y nuestro caminar cansino nos dirige a ningún sitio. ¡Que no han podido dices!. somos menos que polvo abandonado.

Así Alma empezó a llorar y su llanto me caía en el estómago rasgándolo con un peso vacío inaguantable; poco a poco sus hombros empezaron a languidecer y su cuerpo empezó a encorvarse hacía la tierra, casi con desesperación me agaché y la así por las muñecas, apenas notaba su pulso que cada vez notaba más irregular.

- ¡Alma!, grité entonces mientras levantaba su rostro y me pareció mucho más viejo, lívido y surcado de profundas arrugas; los labios adoptaban un tono azulado y sus párpados estaban cerrados. ¡Alma!, ¡Alma!, ¡Despierta coño, despierta!. Ahora no te puedes ir, yo aquí solo en esta vía abandonada. ¡Alma coño despierta, no me dejes Alma!

Pero ella ya parecía no oírme, desesperado entonces grité con toda la fuerza de ese animal que llevamos dentro, un grito de tierra y calles grises y me fundí sin reparo en un beso en sus labios, no era un beso dulce sino un beso amargo de niño abandonado, un beso desesperado en el que parece irse la vida detrás y en ese beso volqué todos los recuerdos que me iban llegando, al principio lentamente y luego precipitándose como cuando se vuelca un cubo de agua; lágrimas saladas sazonaban el beso y noté entonces que su boca empezaba a coger temperatura, seguí entonces con el beso pronunciado y éste empezó a adquirir sabores dulces, primero de manzana luego como de fresa ácida y después simplemente cálido y dulce, entrañablemente dulce; sin reparo alguno y con ese cariño que los seres humanos sacamos sin darnos cuenta a veces abrí mi boca para cubrir la suya y mi lengua buscó dentro de ella para sentirme más en Alma, fue entonces cuando sentí sus manos cogiendo mi nuca pero en esta ocasión sus manos eran frescas y cálidas a la vez y también noté su vigor. Abrí lo ojos y la vi., elegante, delicada y hermosa con ese vestido gris con el que un día se me presentó solo que ahora el tono era más perlado y como de gasas superpuestas que hacían adivinar en sus pliegues su cuerpo un cuerpo perfecto y su rostro, ¡ay, su rostro! sonrosado y terso con ojos vivos de miel oscura, yo lloraba y reía a la vez, no la levanté nos levantamos a la vez y cogiéndola de nuevo la mano empezamos a caminar deprisa, cada vez más deprisa seguíamos la vía pero ahora el campo era prado en primavera y el verde se reflejaba con diminutas estrellas en nuestra sonrisa común.

- ¡Sabes Alma!, quizá seamos todo eso que me has dicho hace un momento pero me es igual, somos muy importantes porque todo lo que he volcado en ese beso nuestro no podrá arrebatárnoslo ningún régimen político, ninguna publicidad engañosa, ninguna religión ni ningún protocolo hipócrita.

Ella sonreía y levantando el dedo me indicó delante. La vía terminaba en un acantilado y más allá se divisaba el mar.

- Mira amor. Me dijo entonces. Los trenes que se cogen y los trenes que se pierden llevan todos al mismo sitio, ¿ves? lo importante siempre es la vía, el camino.

Yo reí entonces como hacía tiempo no lo hacía y apretándola la mano eché a correr hacia el final. Llamemos a nuestros amigos de siempre la grité en la carrera. ¡Vale!, contestó y al unísono gritamos ¡Viento! y él llegó para jugar con los bucles de su melena y era fresco y aromático y venía perfumado de tomillo y pino y sal marina y acariciaba mi cara mientras llenaba mi pecho de aire limpio. ¡Loco!, volvimos a gritar y un Arlequín corrió a nuestra velocidad mientras ejecutaba el baile del Mundo y nos espolvoreaba con minúsculas volutas de luz. ¡Rincón! y se unió a nosotros un joven con gafas que llevaba un arpa en una mano y en la otra el Libro de la Vida.

Nos queda llamar al último de nuestros amigos dijo Alma. Es cierto pero mira allí. En efecto, al borde del acantilado el Tiempo nos veía llegar en alocada carrera y señalándonos el mar con una mano parecía despedirse de todos nosotros con la otra pero en su rostro de abuelo entrañable se dibujada una sonrisa condescendiente y en algún lugar de nuestra espalda nuestro tótenes casi olvidados aullaron en la tarde mientras en el cielo un águila con alas de plata volaba hacia el ocaso.

- ¡No me sueltes!. Gritó Alma

- Ni lo pienses Alma mía, ni lo pienses

Y así, sin más saltamos, volamos de nuevo y nos sumergimos después en una borrachera de espuma y fulgores de estrellas y luego todo fue nada y paz absoluta.

Me había conmovido unos instantes y me retiré de las cortinas, al fondo de la casa se escuchaba música de sintetizador, quizá todo hubiera sido un sueño desvelado así que me senté delante del ordenador y me puse a escribir.

Parla, 15 de junio de 2005


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